- 'Hola amor, ¿cómo estás?' - Decía ella cuando llegó a casa con los peques de su escuela infantil mientras le daba un beso. Él, con la ternura que le caracterizaba, le dijo -'Contigo siempre bien.'.
Ella se había leído libros de autoayuda pensando que de verdad sólo los libros de autoayuda le ayudarían, pero no era consciente de que si no actuaba en consecuencia no conseguiría avanzar en su propósito de conocerse, de dejar de estar todos los días quejándose de todo, quejándose cuando la comida se le quemaba, quejándose porque llevaba muchas cosas y no podía con todo y nadie la ayudaba (o eso creía ella), entre otras muchas cosas. Había dado el paso importante de reconocer que ambos tenían un problema y poner remedio. Se obligó a pasar tiempo con ella misma y a tener momentos de introspección para conseguir avanzar más allá, conocer su problema real consigo misma. Sus hijos estaban bien atendidos, cuidados y sobre todo, amados, tanto por parte de papá como de mamá. No les iba a pasar nada si resulta que 'se acuestan una hora más tarde.' o 'se me olvidó cerrarle la persiana al completo al crío para que no le entre luz, JODER! ahora no va a poder dormirse.' ¿realmente eso era tan grave? Estas son las cosas que se estuvo planteando y que poco a poco fue llevando a cabo con mucha calma y con mucha paciencia consigo misma porque la lucha interna en este proceso era muy importante.
Su marido, nuestro queridísimo Martín, al que queremos con locura desde que apareció (¡no me digáis que no porque mentiríais!) también se dio cuenta de su gran cambio y le empezó a resultar hasta más divertida, más risueña, le volvió a ver la sonrisa tan pura que tenía cuando la conoció, lo cual empezaba a hacer que volviese a enamorarse un poquito más si eso era posible.
Al final, poco a poco ese 'automático' de vida que tenían, dejaba poco a poco de existir y poco a poco se iba convirtiendo en una vida completa, valorando cada momento, en general.
A veces no nos damos cuenta de lo que realmente tenemos hasta que nos paramos y decimos 'pero joder, ¿por qué si tengo un trabajo que me está permitiendo hacer de todo, no dejo de quejarme y de ver simplemente que tengo un jefe que es un imbécil? ¿por qué no veo que el hecho de que un día no tengamos nada para hacer (y mira que es difícil eso eh, al menos para mí que estoy escribiendo esto) no implica tener que rendirse ante todo? Hay que mirarse a sí mismo y decir hasta qué punto compensa estar constantemente quejándose de todo cuando en la vida hay muchísimas cosas por las que merece la pena sonreír, y sobre todo, si hay un problema, identificarlo y decir 'ah, pues vamos a afrontarlo.', sin quejas, porque si no, ¿qué estamos viviendo? ¿una queja o una vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario