Clotilde se había levantado refunfuñando como si se tratara de un bufido de un gato. Martín, sorprendido, la miró mientras se levantaba para hacer el desayuno. Mientras le daba el beso de buenos días, le preguntó - ¿Qué te pasa, amor? llevas desde que te levantaste refunfuñando, anda, qué poquito te gusta madrugar eh amorcito, ay, ven que te de un abrazo fuerte fuerte mi amor. - dijo Martín, mientras la abrazaba por la espalda en la cama. Clotilde se despertó y se levantó mal, pero tal abrazo no lo podía rechazar. Mientras se levantaba y elegía la ropa que ponerse, refunfuñaba cual bufido de gato, y la primera del día, era que no había manera de encontrar qué ponerse. La segunda del día, la comida, Martín no tenía nada de hambre, y mientras ella había preparado la comida para ella y para los peques porque Martín le había pedido por favor, que no quería comer nada, ella se enfadó porque cuando entrada la tarde, Martín seguía sin comer. Clotilde se enfurruñó tanto, que le gritó diciéndole que no podía ser que siempre que ella comía algo que a él no le gustaba, curiosamente él no tenía ganas de comer, y no era capaz de decirle siquiera qué quería comer. Martín, le dijo que tenía cero sentido que se pusiese así con él por una simple comida que él si tuviera hambre, ya podía apañárselas él.
- Dijimos que no había horas y que no íbamos a caer en la tentación del piloto automático, amor y sobre todo, dijimos que íbamos a enseñarles a nuestros hijos a todas las situaciones de la vida. - Añadió Martín, ya también enfadado.
Clotilde, ante estas palabras, dijo: - Pero vamos a ver, tenemos dos hijos, mucho trabajo, ¿de verdad crees que yo puedo tomarme las cosas así? nuestros hijos necesitan una rutina y unos horarios, no me vengas con tonterías, por favor, cariño.
Martín, ya enfadado, añadió: - Mira, una cosa es que nuestros hijos necesiten una rutina y unos horarios, y otra cosa es que obligues a tus hijos, y les impongas a tus hijos, una rutina y unos horarios que TÚ crees que necesitan en vez de escuchar su ritmo, sus tiempos y adaptarlos a sus necesidades.
Clotilde, ante estas palabras, ya rompió a llorar, porque sabía, que a pesar de su enfado, tenía razón, formas no eran, no, las de ninguno de los dos, pero en el fondo de su corazón, sabía que Martín tenía razón, ¿de verdad Clotilde estaba escuchando las necesidades de sus hijos?
Martín y Clotilde, inmediatamente después de esta discusión tan fuerte, se abrazaron y se pidieron perdón hasta la saciedad, entendiendo que, ante un mal día, la actitud hace mucho, y, si es mala, puede acabar en pelea, y de ello, debemos aprender y no volver a cometer el mismo error.
Aceptaron que un mal día puede tenerlo cualquiera, y se prometieron no volver a gritarse ni a hablarse mal, y a ver que lo realmente importante, es el bienestar de la familia tan preciosa que habían formado.
Un mal día lo tiene cualquiera, se acepta, se aprende, y se continúa adelante.
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